VIVIR DESPIERTOS

Ni la paz ni la plenitud son estados por alcanzar. No tenemos que esforzarnos y trabajar para que la dicha se despierte en nuestro interior o para que la intuición, la sabiduría, la certeza, la entrega o la compasión guíen nuestras vidas. Las cualidades del Ser ya son. Las cualidades divinas existen en nuestro interior, y solo necesitan espacio para poder manifestarse y brillar. Ese espacio surge por haber sido capaces de desvincularnos, de desprendernos de las limitaciones de nuestro ego y después de haberlo inundado de luz.

Es algo así como si tu Alma te dijera: "Yo estoy aquí, siempre he estado y nunca me voy a ir. Yo soy todo eso que estás buscando, pero para que me veas, necesito que te ocupes de ti y que elijas dejar de reaccionar ante lo que ocurre en tu cuerpo, en tu emoción y en tu mente”.

Y no reaccionar para sanar y así poder vivir lúcidos y despiertos implica:

- Aceptar todo lo que ocurre en el momento presente y todo lo que sucede en nuestro interior. La ausencia de lucha y de enfrentamiento contra lo que ahora es nos proporciona la base firme y estable que necesitamos para poder impulsarnos en esta experiencia, para transformarnos y para crecer. La aceptación nos ancla, y nos abre camino para que la luz del Alma se manifieste en esta realidad. Aceptar esta experiencia tal y como es, con toda su crudeza, aceptar lo que sentimos, aceptar nuestra oscuridad, las sensaciones y la forma de nuestro cuerpo, aceptar que hoy no tenemos lo que queremos. Aceptar para transmutar y para no caer en la resignación.

- Fluir con nuestras emociones, sin reprimirlas, sin esconderlas, sin juzgarlas, y sin querer entenderlas. Sostenerlas para que ellas mismas se transformen, para no quedarnos enganchados de por vida en una lucha interminable contra nosotros mismos. Fluir y soltar para estar en paz.

- Observar a nuestra mente discursiva, ruidosa y ansiosa. Mirar los pensamientos incesantes, los conceptos, los juicios constantes y hacerlo sin intención, sin querer que cambien. No regalarles ninguna respuesta por nuestra parte. La mente que piensa es el gran obstáculo que no nos deja despertar a la mente que sabe. Saltar la barrera de los pensamientos para encontrarnos con la mente pura e inalterable.

- Darnos amor, cultivar la relación con nosotros mismos, escucharnos, respetar lo que necesitamos, pedirnos perdón, cuidarnos y ponernos en valor.

Si aprendemos a tratarnos con cariño, a aceptar todo, a fluir con todo y a observar sin intervenir, habremos despertado.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by Yatharth Roy Vibhakar

Photo by Yatharth Roy Vibhakar

ESTÁ BIEN

Está bien estar mal. Está bien descansar y no hacer nada, no producir, no obtener resultados. Está bien regresar al mismo lugar al que jamás creíste que volverías. Está bien escribirle de nuevo aunque dijeras que nunca más lo harías. Está bien no ser coherente, cambiar de opinión, dejar de tener las creencias que tenías. Está bien que no estés de acuerdo y que lo digas.

Está bien que estés harto, que tengas ira, vergüenza, que estés enfadado, que te sientas una víctima. Está bien ser lo que eres. Está bien no tener ganas de nada. Está bien llorar. Está bien no querer a quien te dijeron que había que querer. Está bien sentir lo que sientes. Está bien tener miedo y está bien no saber qué hacer con él. Está bien que te quejes y que de pronto, hoy, nada tenga sentido. Está bien confiar en tu corazón y hacer caso omiso de los dictados de tu mente. Está bien que decidas ser tú y que te niegues a ser lo que los demás esperaban que fueses.

Está bien dudar y no saber qué hacer. Está bien equivocarte. Está bien que pongas límites y que digas "no". Está bien que pienses en ti, está bien que no estés pensando siempre en los demás. Tu vulnerabilidad está bien y pedir ayuda también. Está bien recibir. Está bien no tener una meta definida. Está bien no saber para que estás aquí. Está bien que no puedas más. Está bien que tus preguntas no tengan respuesta. Está bien no saber qué decir.

Lo que eres es lo que necesitas ser para vivir esta experiencia y todo lo que hay en ti está bien, es lo que tiene que ser. No luches contra ti ni contra lo que te sucede, porque al hacerlo te estás juzgando, estás dejando de darte amor. Estás diciéndote que en ti hay error. Y no lo hay, todo lo que eres te sirve para tu evolución. Todo lo que eres está bien, acéptate. Acéptalo.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by Johann Walter

Photo by Johann Walter

SOSTENER

“No puedes estar así, anímate. Tienes que salir de donde estás. Tienes que recuperarte. Depende de ti. Si quieres, puedes hacerlo. No te quiero ver triste. Por favor no llores. No merece la pena. Sonríe. No entiendo por qué te pones así, no me parece que sea tan importante. A mí también me ha pasado y lo superé. Tienes que aprender a aceptar. Mi consejo es que dejes de pensarlo. Ella no se merece que tú estés así. Olvídate, es lo mejor que puedes hacer”

Le tenemos tanto miedo al dolor, a la vulnerabilidad y a lo que sentimos, que cuando vemos a alguien sufrir, no nos paramos a pensar en lo que esa persona está necesitando de nosotros, sino en la manera de que deje de sentir lo que siente. Hemos aprendido que los sentimientos no son importantes, que no sirven. Aquellos que hemos juzgado como peligrosos, tenemos que eliminarlos cuanto antes de nuestra vida y de la vida del otro. Nos incomoda no saber qué decir, no entender lo que está sucediendo. Nos aterra no saber qué hacer porque no sabemos sostener, y por esa razón, para suplir nuestra carencia, muchas veces, regalamos consejos sin que nos los hayan pedido, si vemos lágrimas, pedimos sonrisas y si hay rabia, intentamos anestesiarla diciendo que no sirve para nada. Sin darnos cuenta, nos convertimos en un libro de autoayuda, no ponemos el foco en el otro, no estamos presentes, no podemos ver que tan solo necesita un apoyo, un hombro.

Cuando una persona a la que queremos está sufriendo, cuando tiene dolor, cuando se siente arrasada por la desesperanza, seguramente no esté buscando fórmulas mágicas que la saquen de donde está, probablemente tampoco quiera consejos ni necesite escuchar lo que nos ocurrió en una situación similar. Seguramente, esa persona solo necesita que le demos amor. Que la sostengamos y la apoyemos para que pueda encontrar la suficiente fortaleza interna como para sentir lo que siente y después dejarlo ir. Probablemente, esa persona necesita poder llorar en paz sin sentirse juzgada u observada y sin pensar que al hacerlo, el otro puede estar pasándolo mal.

Podemos ponernos a un lado y preguntar: ¿en qué te puedo ayudar?, ¿qué necesitas de mí en este momento? Quizá, esa sea la forma más poderosa de servicio hacia el otro. Quizá, ahí podremos conectar con el significado de la compasión y podremos descubrir que sostener, acompañar, y escuchar pueden ser las llaves para la cura del Alma, para regresar al Amor.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez

Photo by Paolo Bendandi

Photo by Paolo Bendandi

AMIGO MÍO

Amigo mío,

Me has enseñado que la palabra amistad tiene mucho más poder, muchas más tonalidades y matices de los que yo jamás podría imaginar. Me has enseñado que amistad es sostener, es acompañar, es estar atento al otro, es tener disponibilidad. Es lealtad. Es hablar sin tapujos, es compartir experiencias, alegrías, llantos, miedos y risas. Es arriesgarse a decirle al otro la verdad aunque pueda doler, aunque sepamos que se pueda enfadar, incluso aunque decida romper la amistad. Me has enseñado a confiar, a saber que la distancia física nunca va a ser un obstáculo entre los dos. Me has enseñado a conectar la amistad con el amor, con el deseo de que siempre seas feliz, de que te atrevas a ver en ti todo lo que yo descubrí cuando te conocí.

Amigo mío, eres un pilar, mucho más que un apoyo. Eres el hombro donde puedo descansar, a quien le puedo contar lo que me mata por dentro, lo que me avergüenza y lo que me atormenta porque sé que nunca me vas a juzgar. Contigo, los silencios reconfortan y tus consejos, tus abrazos, tus deseos de hacerme reír, me hacen más grande, me transforman. En mi corazón siempre estará guardado todo lo que, durante estos años, hemos vivido juntos. Tú me aceptas tal y como soy, tengo mucha suerte de que me hayas elegido, porque al final, la amistad es eso, es una elección.

Gracias porque contigo puedo ser yo, porque me has ayudado a levantarme cada vez que me he caído. Gracias por tu fidelidad, por tu generosidad, por tu dedicación, por estar atento y por dejarme espacio. Gracias por no juzgarme, por regañarme, por decirme las cosas tal y como las piensas. Gracias por soportar mis rarezas, por no tenerle miedo a mis inseguridades. Gracias por saber lo que necesito sin preguntarme, por regalarme tus puntos de vista, por compartir conmigo lo que más te asusta. Gracias por todos los viajes, las juergas, las confidencias, las tardes eternas, las madrugadas sin querer volver a casa, gracias por las risas sin motivo y a carcajadas, gracias por estar y por ser mi amigo.

Si tú quieres, yo siempre estaré contigo, aunque nuestras vidas vayan por diferentes caminos. El vínculo permanece, en el corazón siempre estaremos unidos, siempre seremos amigos.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by Cristina Cerda

Photo by Cristina Cerda

CUNAS ROTAS

Cuando era pequeña, los Reyes Magos me trajeron una cuna de madera con dosel que a mí me encantaba. Recuerdo perfectamente cómo era, me gustaba tanto que solo pensaba en que mi madre tendría que dejarme ir con ella al colegio para enseñársela a toda mi clase. Como eso no era posible, mi madre me dijo que invitaríamos a unas amigas a jugar a casa. Y un día, mientras jugábamos a peinar a nuestras muñecas, una de esas amigas, que debía de sentirse muy cansada, decidió meter todo su cuerpo en mi cuna. Se tumbó cómodamente y mi cuna, claro, se rompió. Recuerdo que yo no podía parar de llorar al ver el dosel en el suelo y la madera partida por la mitad, y recuerdo también que lo primero que hice, al ver ese desastre, fue acudir a mi madre en busca de consuelo, y a mi padre para que la arreglara. En ese momento, yo no pensé en solucionar por mi cuenta eso que para mí era una terrible desgracia. Se había roto mi cuna y alguien se tendría que encargar de devolvérmela. Yo no me quedé con mi problema, yo lo entregué.

Cuando somos niños, confiamos, la inocencia no es una meta por alcanzar, sino que representa el lugar desde donde vivimos. Cuando somos niños, creemos en la magia, en lo desconocido, pedimos ayuda, y estamos totalmente disponibles para recibirla. Sabemos que somos queridos, y por esa razón, no nos preocupamos, estamos presentes y siempre dispuestos a jugar. Sin embargo, con el paso de los años, el miedo, la desconfianza, la culpa y la falta de merecimiento comienzan a hacerse un hueco en nuestras vidas. Progresivamente, nos vamos alejando de ese niño inocente, y comenzamos a protegernos, a defendernos, a dudar de la vida y de nosotros mismos, a dar vueltas y vueltas alrededor de nuestros problemas, de nuestras cunas rotas, a dejar que el miedo nos atenace y nos domine. Ya no podemos soltar el control ni volver a confiar en que existe una Fuerza mayor que nos protege, nos sostiene y nos ama.

No sé cuando dejé de soltar y comencé a retener y a guardar miedos y problemas. No sé cuando dejé de confiar y me inicié en el arte de la defensa. Supongo que fue hace muchos años, al hacerme mayor, y al olvidarme de la niña que habita en mi interior. Lo que sí sé es que el principal desafío que la vida me plantea no es el de ser capaz de afrontar vicisitudes y problemas, sino el de ser valiente y volver a vivir desde la inocencia, atreviéndome a entregar, a dejar ir, y a permitir que mi Divinidad se encargue de mis embrollos y dilemas.

Entrega tus cunas rotas, da igual como sean. El Universo del que formas parte, las arregla.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by George Barker

Photo by George Barker

CORAZÓN MÍO

No te he prestado la atención que debería, o mejor dicho, la atención que necesito prestarte para que mi vida, de verdad, tenga sentido. Ahora quiero restablecer mi relación contigo. Siempre he creído más en lo que me decía mi mente que en lo que tú querías contarme a través de tu latido. Siempre, por miedo, quise dejar a un lado todo lo que sientes porque sentir no podía ser tan importante, porque para vivir sostenida en ti, tendría que haber sido valiente, y yo siempre fui cobarde y tuve miedo de dejarme llevar por ese mundo intangible e incomprensible que representan los sentimientos, ese espacio repleto de colores, algunos brillantes y otros, oscuros.

Me he esforzado mucho por encontrar sentido desde la mente, he buscado entre los porqués y entre miles de razones y de motivos, pero ni mi mente ni mis pensamientos tienen el poder ni la fuerza para guiarme por esta experiencia. Siempre fue más cómodo para mí quedarme enganchada en las dudas de la mente que darme la posibilidad de cerrar los ojos y llamar a tu puerta. Ahora me doy cuenta. Ahora sé que, cuando vivo sintiendo, sin filtros y sin juicios, obtengo todas las respuestas.

Tú, corazón mío, representas el centro de mi existencia, la pura consciencia. Tú me conectas con el ritmo de la vida, con el latido de mi Padre Divino, pero también tienes tus exigencias. Para vivirte, es necesario desprenderme del miedo a sentir lo que sea, sin límites, peros, juicios o barreras. Tú, corazón mío, te abres solo si yo me entrego y encuentro el valor de sentir todo lo que siento.

Sentir, sentir es el único camino. Es la única posibilidad de estar realmente vivos, de generar vínculos capaces de sobrevivir a la muerte, de podernos romper en pedacitos, y aún así, encontrar la manera de reconstruirnos. Sentir es la única posibilidad de descubrir nuestro poder para sanar. Un poder que va mucho más allá de cualquier idea que nuestra mente pueda imaginar. Solo a través del corazón, podremos saber qué necesitamos y cómo dárnoslo. Solo el corazón puede guiarnos. Solo una vida vivida de todo corazón nos dará la fuerza y la vitalidad que andamos buscando.

Es hora de vivirte, corazón mío.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by Andrew Sharples

Photo by Andrew Sharples

MÁS FUERTE QUE LA MUERTE

He sentido envidia. También admiración. Una sensación de estar delante de una autentica lección de vida. Esta semana, se produjo una explosión en un edificio de Madrid que se llevó consigo a un chico de 35 años, padre de 4 hijos pequeños y a otras tres personas más. La noticia de la explosión no fue una sorpresa para mí, días antes, comenté con varias personas que, debido a la energía disponible, no sería extraño que se produjera alguna explosión o terremoto. En quien pensé al enterarme del accidente fue en la mujer e hijos de ese chico. No dejaba de darle vueltas a la pregunta de cómo iban a poder afrontar ese dolor tan profundo. Pensé que si me ocurriera a mí, yo me moriría. Pensé en lo inevitable de la muerte y en cómo poder encontrar sentido cuando nada de lo que veo parece tenerlo. Pensé en que morir nos da la oportunidad de aprender a vivir. Y en estos días, en los que esta historia me ha hecho reflexionar sobre los cimientos en los que se sostiene mi fe, me contaron que la familia estaba muy serena y en paz, que sentían agradecimiento por haber compartido vida y experiencias con esa persona que ya no volverían a ver. Me contaron que los niños decían que su papá les iba a cuidar desde el Cielo y que su madre estaba siendo todo un ejemplo de fe.

A veces, el dolor es tan punzante y tan profundo, la sensación de desolación y de abatimiento tan extrema que creemos imposible encontrar ni tan siquiera un atisbo de luz que pueda ayudar a sostenernos. A veces, cuando nuestros sentimientos se desbordan y todo deja de tener sentido, creemos que nunca podremos salir de ese pozo profundo y oscuro en el que nos encontramos. En esos momentos de dolor, muchos nos olvidamos de nuestra capacidad para ver luz entre tanta oscuridad. Por eso, esto que hoy comparto contigo ha movido tanto mi corazón. Porque yo quiero poder dar gracias pese al dolor, sentirme viva pese a la muerte, crecer en la certeza de que, pase lo que pase, todo está bien. Y para eso, no creo que exista otro camino que no sea el de la fe.

Me parece que es imposible aceptar la muerte como un tránsito, vivir esta vida de forma plena o encontrarle verdadero sentido si no somos capaces de sostenemos en la confianza de que formamos parte de algo mayor, si no podemos cerrar los ojos y atrevernos a abrazar la fuerza de lo desconocido, de eso que hace que todo respire y funcione, de esa energía intangible y misteriosa que, sin querer, nos hace mirar hacia arriba. No creo que en estos momentos de tanto miedo y confusión, exista otra herramienta más poderosa y capaz de sacarnos de las tinieblas, que no sea la fe.

La fe hace algo mucho más grande que mover montañas, la fe te permite encontrar paz donde tu mente solo puede ver muerte y desolación. La fe te ayuda a construir certeza, te sirve para vivir en una fortaleza interna. La fe te lleva a poder ver mucho más allá de lo que tus ojos cansados jamás serían capaces de ver. La fe te permite descubrir que el amor siempre va a ser más fuerte que el miedo, que la desolación o la muerte.

El camino de la fe nunca será ciego porque la fe te otorga la capacidad de ver. Te da la posibilidad de encontrar luz en cualquier momento de oscuridad. La fe no es algo por alcanzar porque todos tenemos de eso, todos tenemos fe. Solo necesitamos dirigirla al lugar donde, pase lo que pase, podemos sentir paz, sosiego y amor.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by Joshua Earle

Photo by Joshua Earle