¿Por qué me tratas así? ¿por qué no me quieres? ¿te das cuenta de que ni siquiera me escuchas, de que sólo me juzgas? Sé lo que me vas a decir ahora, pero no me sirve, lo siento. Hacer dieta y obligarme a correr a diario no son sinónimos de atención ni de amor hacia mí, tu cuerpo.
Creo que tienes demasiada soberbia y detrás de ella, mucho miedo. Miedo a confiar en mí. En cuanto muestro cualquier mínima queja, me abres la boca y me metes un químico para que me calle. Cuando te pido parar porque estoy cansado, me dices que no es el momento, que no tienes tiempo. Cuando te pido azúcar, me das acelgas porque según tú son mucho más sanas que lo que yo te estoy pidiendo.
Soy tu cuerpo y no soy tonto. Estoy empezando a cansarme. Me gustaría mucho que me conocieras, pero para eso primero tendrías que tener la valentía de escucharme. Aunque te parezca imposible de creer, yo sé lo que hago. Tengo memoria y reflejo todo lo que ocurre en tu vida. Aunque no te guste, soy importante.
Verás, cuando te pido azúcar, es muy importante que me la des, si es de buena calidad muchísimo mejor, gracias. Dame azúcar, no me des acelgas porque aunque tú no lo creas, existe una razón por la que te pido dulce y es que estoy triste. Recuerda que no soy tonto. Cuando te pido dormir, por favor no me mantengas despierto. Si no duermo el tiempo que necesito no puedo poner en funcionamiento a todos los órganos que dependen de mí, no puedo hacer que tu cerebro funcione al día siguiente. Si me castigas, yo me defiendo. Si me cuidas y me respetas, funciono perfectamente y tengo capacidad para encontrar el equilibrio. Lo saben hasta los chinos (me refiero a esos señores que me ponen agujas. Acupu no se qué se llama). Parece mentira que siendo un simple cuerpo tenga que recordarte lo importante que es que tú y que yo nos entendamos.
El otro día escuché a los dueños de varios cuerpos amigos que hablaban de la importancia de cuidar el Espíritu. Entre tú y yo, al tal "Espíritu" ese yo no le conozco de nada, pero te diré algo: sin mí va ser muy, pero que muy difícil que puedas cuidar de nadie, ni del Espíritu ni de la vecina del sexto. Si a mí no me cuidas, la cosa se va a poner muy fea. Y cuidarme es tratarme con amor.
Sufro mucho cuando me miras con desprecio. Cuando me criticas. Cuando dices que estoy gordo y que no te gusto. Sufro mucho. Sufro cuando paralizas mis procesos de cura. Sufro porque no me das ninguna oportunidad. Sufro cuando cargas a mis espaldas con problemas que no son nuestros. Sufro cuando te obsesionas con intentar cambiarme. Cuando me obligas a hacer cientos de flexiones para que la tripa cambie. Sufro no por hacer cientos de flexiones, no. Sufro porque me obligas a hacerlas porque hay una parte de mí que no quieres, que odias. Sufro porque no me aceptas, por eso sufro. A lo mejor si me quisieras, la barriga empezaba a deshincharse.
Sufro cuando señalas mis defectos y me maltratas con excesos. Cuando desde el hígado miro hacia arriba y veo entrar litros de alcohol sin control, sufro. Parte de mi maquinaria se estropea. Cuando me paseo por la quinta planta y los pulmones me comentan la cantidad de porquería que les has dado hoy, sufro. Sufro porque para ti no soy importante. Porque mis mensajes no te llegan. Porque cuando grito no entiendes que te estoy pidiendo auxilio. Sufro porque intento explicarme pero tú no quieres escucharme. Sufro porque no sabes que lo que piensas, sientes o haces, me puede estar haciendo daño. Grito y grito y tú solo sabes ponerme a dieta, darme una pastilla o llevarme al gimnasio. Sufro y por eso no me queda más remedio que gritarte, cada vez con más fuerza y desgarro. ¿Por qué no me escuchas? Cuando enfermo es porque ya no puedo más. Mi dolor es la consecuencia de la falta de tu amor.
Cuando me obligas a una dieta restrictiva y me castigas, me protejo porque te tengo miedo. Por eso, pasado el tiempo vuelvo a engordar. Mis lumbares gritan porque crees que nadie te sostiene y tienes miedo a no tener. Mis pulmones son tu tristeza. Mis adicciones, tus represiones y tus culpas. Mis rodillas, tu flexibilidad. Mis pechos, tu profección, también tu placer. Mi hígado, tu laboratorio. El lugar donde depositas tu rabia. Y yo te lo intento explicar, pero no me escuchas.
Tengo memoria, retengo todo. Guardo todos tus abusos y desprecios, también tu cariño y tu respeto. Mi problema es que yo sí soy limitado. Tengo un punto y final y si abusas de mí, si no sabes colocarme en el lugar que me corresponde, entonces, querido amigo, no me queda más remedio que luchar y enfermarme.
Me encanta que me lleves a hacer ejercicio, no que me mates a trabajar y no des tiempo a que los músculos descansen. Me encanta que aprendamos a comer en equilibrio, no que continuamente me estés prohibiendo. No me gusta el adiestramiento militar. Me encanta que estés alegre, los pulmones y tu sangre te lo agradecen. Cuando te afirmas, tu hígado aplaude. Si conectas con tu voluntad, tus riñones funcionan muy bien y tu pelo crece. Cuando estás abierto a tu vulnerabilidad, tu corazón y tus brazos se abren.
Soy el templo en el que habitas. Me encanta que me des las gracias por todas las funciones que cumplo, no que me juzgues porque tengo celulitis. Por cierto, ahora que estoy pudiendo expresarme, la celulitis la manifiesto por tu tendencia a guardar emociones del pasado y por tu miedo a comprometerte.
Gracias por leerme. Tu cuerpo, en representación de tus órganos, glándulas y fluidos.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.