La felicidad es una elección y también una responsabilidad. La felicidad no son maripositas en el estómago, tampoco es un estado permanente de alegría, no. Puedo estar triste y ser feliz, puedo estar alegre y no ser feliz, y también puedo estar alegre y ser feliz. La alegría nos habla de un estado pasajero, condicionado, momentáneo y perecedero. La felicidad nos conecta a un estado de plenitud y de sosiego.
La felicidad no está condicionada ni limitada por lo externo, no viene de fuera, no nos la proporciona alguien o algo. La felicidad tiene que ver conmigo, no contigo. Es mi responsabilidad, no es la tuya. Tú no puedes darme nada que yo no tenga dentro. Mi felicidad depende de mí y solo yo puedo activarla.
La felicidad es un estado esencialmente interno que se manifiesta como resultado de una intención consciente. Es el propósito de querer ver lo positivo en vez de lo negativo, el amor en vez del miedo, la abundancia en vez de la escasez, la oportunidad en vez del fracaso.
La felicidad es aceptación plena. Es conexión interna. Es mirar dentro y escuchar lo que dicen nuestros sentimientos. Es abandonar cualquier tipo de resistencia que diga no la entrega. Es vivir respetándonos y respetando al de fuera. Es crear una mente sosegada, ausente de juicio y de apego.
La felicidad necesita de escucha interna, de fe y de mucha confianza, de merecimiento y de inocencia. La felicidad nos pide que asumamos la responsabilidad de ser nuestra mejor versión, la más elevada, la más desinteresada, la más valiente, la más confiada. La que, de alguna manera, nos conecta con nuestro Ser Superior, con nuestra Alma.
La felicidad nos dice que si queremos despertarla, debemos escuchar nuestras necesidades y asumir la responsabilidad de cuidar de ellas; nos demanda compromiso y nos exige aceptación. ¿Podemos ser felices sin ser lo que necesitamos ser? ¿podemos ser felices rechazándonos, reprimiéndonos y sacrificándonos? ¿podemos ser felices negando lo que somos y lo que sentimos? ¿podemos ser felices haciéndonos daño y haciéndoselo al otro? ¿podemos ser felices si nos negamos a aceptar lo que está pasando?
Soy feliz si me permito y si me acepto. Soy feliz si confío en que lo que soy es suficiente y digno. Soy feliz si me responsabilizo de mí y de lo que necesito. Soy feliz si me comprometo a no lastimarme y si elijo creer que, a veces, yo no sé, pero que el Universo siempre sabe.
Ser feliz es la responsabilidad y el deber de vivir haciendo caso omiso a la voz de nuestro ego.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.