Enfermedad

EL SUFRIMIENTO

El budismo dice que el apego es la raíz del sufrimiento. Muchos maestros dicen que el dolor forma parte de la experiencia humana, pero que el sufrimiento es elegido porque surge como consecuencia de no aceptar lo que nos sucede. No lo dudo, de hecho con la mente sé que eso es cierto. De lo que tengo cada vez más dudas es de que saberlo sirva de algo cuando estás sufriendo.

Esta mañana tenía cita con mi oncólogo. Las consultas de oncología suelen ser lugares bastante tristes. Cuando voy, siento que tengo que hacer un gran esfuerzo por mantener mi energía en su sitio y  por no dejarme llevar por pensamientos deprimentes y fatalistas. Esta mañana prácticamente no había dónde sentarse. La gente estaba de pie, apoyada en las paredes de los pasillos. He echado un vistazo rápido y he visto un asiento libre, me extrañaba que la gente que estaba de pie no se sentara, me he dirigido hacia allí y me he dado cuenta de que la mujer que estaba ocupando el asiento de al lado del que estaba libre, no paraba de llorar, de sollozar, mejor dicho. Estaba intentando contenerse, pero no podía. Nadie la miraba.

En ese momento, he pensado en cuánto debía de estar sufriendo y en la cantidad de veces que yo he llorado de esa manera. Cuando estás ahí, cuando no puedes contener las lágrimas y sientes que nada tiene sentido, que todo es horrible y que no hay salida, cuando sufres, también sientes mucha soledad, porque el sufrimiento es muy íntimo, algo dentro de ti se rompe y solo tú puedes atravesarlo. Cuando estás metido en la oscuridad, nada de lo que te dicen sirve. Las palabras, las frases de consuelo sobran, a veces incluso hasta molestan. Cuando sufres, saber cuál es el origen del sufrimiento te da exactamente igual. Entonces, ¿qué podemos hacer cuando vemos a alguien sufrir? Yo creo que podemos contener, sujetar y acompañar, podemos desear con todo nuestro corazón que el otro viva exento de sufrimiento y que sea capaz de encontrar el camino. Podemos ponernos a su disposición.

Mientras esa mujer lloraba sin parar, yo pensaba en cómo consolarla, estuve a punto de abrir la boca y decirle una frase del tipo “todo va a ir bien”, pero luego he pensado que, en realidad, yo no tenía ni idea de si iba a ir bien o no, así que me he dejado llevar por mi instinto y le he cogido la mano. En ese momento, ha empezado a llorar con más intensidad, y he recordado que, cuando yo he sufrido, lo que más me ha ayudado ha sido sentirme acompañada y sostenida, ha sido sentir la libertad de poder llorar hasta quedarme sin lágrimas.

Cuando veo a alguien sufrir, pienso en lo jodídamente difícil que se pone esta vida a veces, y en lo frustrante que es ver a personas que quieres pasándolo mal. Pero también intento recordar que el amor cura, que estamos conectados, y que la confianza en uno mismo, sentir la seguridad interna de que eres capaz y de que vas a salir del agujero en el que te encuentras, es un antes y un después en el camino de nuestra sanación.

La compasión es el deseo activo de que todos los seres sintientes vivan exentos de sufrimiento. En la mayoría de los casos solo vamos a poder “coger la mano del otro”, habrá veces en las que ni tan siquiera podamos hacer eso, pero siempre vamos a poder enviar, con nuestra mente y con nuestro corazón, ese deseo de amor infinito.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez

Photo by Nathan Cima

LA ENFERMEDAD

LA ENFERMEDAD

Poder entender la enfermedad como un medio para sanar, poder tratarla como la resolución de un conflicto interno y poder aprovechar la oportunidad de comprender de qué manera y cómo participamos en su creación parece verdaderamente difícil, casi imposible dentro de la estructura social, arquetípica, inconsciente y de miedo en la que vivimos.

Cuando enfermas, especialmente cuando has desarrollado un cáncer, se despiertan todas las alarmas, sirenas de muerte, miedo, sufrimiento, injusticia, depresión y lástima, mucha lástima porque pobrecito el que sea que ya siempre andará marcado por la enfermedad si es que consigue sobrevivir a ella. Pues no señores, ninguno de nosotros, hayamos tenido o tengamos una enfermedad y sobrevivamos o no a ella somos enfermos, nosotros somos salud, nunca deberíamos olvidarnos de eso, como tampoco de que hemos enfermado por algo y para algo. Lo que todavía no hemos logrado entender es que no necesitamos la enfermedad para aprender, pero este es otro tema.

Cuando enfermas, te dicen que hay que eliminar, quitar, matar, disolver, anular. Nos olvidamos del origen, únicamente vamos a la manifestación. Solo trabajar con lo que ya está en el cuerpo físico no puede proporcionarnos una verdadera sanación, curar no es lo mismo que sanar. Claro que es necesario curar el cuerpo físico, por supuesto que sí y ahí cada persona elige la forma de hacerlo, pero qué ocurre con el cuerpo mental, el emocional y el espiritual? Somos seres de naturaleza holística, somos una Unidad y la enfermedad no cae del cielo, ni es sólo un regalito genético, no señores, todo está interelacionado y todo se alimenta de todo. La enfermedad es ego.

Cuando enfermas, te dicen que hay que luchar contra la enfermedad, tenemos que salvar la vida y alargarla cueste lo que cueste, y yo, sinceramente creo que no hay que salvar la vida y no hay que salvarse de la enfermedad y mucho menos luchar contra ella porque la vida no se salva como si pudiera morir, la vida se vive porque en ella nunca morimos, la vida es inmortal en si misma y luchar contra la enfermedad es luchar contra nosotros mismos.

Si me dejo arrastrar por el miedo a morir, entonces solo voy a luchar para que esa enfermedad desaparezca. Si me permito trabajar con ese miedo a morir y suelto, me desapego de la muerte, entonces soy libre para poder entender qué me está queriendo decir la enfermedad, que por otro lado es mía, no es del médico, ni de Dios, ni consecuencia de la injusticia divina. Cuando ese gran miedo desaparece, puedo vivir presente, consciente y atenta a mis propias señales.

Cuando me permito ver la enfermedad como algo propio y potencialmente transformador y dejo de tenerle miedo es cuando puedo empezar a sanar, es cuando comenzamos a, como dicen los budistas, integrarnos con la enfermedad para poder entenderla. Es cuando puedo trabajar junto con los medios y herramientas de que dispongo, empoderada, sin dejarme arrastrar por lo que me dicen que es, en contacto con mi cuerpo, profundamente sabio y lleno de información y sin que me lleve la corriente del miedo de los otros, ya sean médicos, familiares o quien sea.

Cuando enfermas, consecuencia de alguna forma de miedo, curiosamente te sumerges en una estructura que se alimenta de ese mismo miedo, parece imposible salir de ahí. Miedo a decidir por ti misma, miedo a sufrir, miedo a que te hagan daño, miedo a que te quiten algo que no quieres que te quiten, miedo a decir NO, miedo a equivocarte porque todavía no has aprendido a confiar en tu voz interior que no es otra que la voz de tu alma, miedo a vivir enferma toda la vida, miedo a volver a enfermar, miedo a ser un protocolo. Justo ahí es cuando yo me pregunto cómo vamos a poder liberarnos de la enfermedad si no nos liberamos del miedo, si no dejamos de vivir encerrados, asustados por la muerte, por el dolor, por ser quienes somos, por experimentar desde el merecimiento y el amor incondicional hacia nosotros y hacia los otros.

El médico Lama tibetano Lobsang Rimponché dice que la enfermedad es consecuencia de la ignorancia y que el miedo es el asesino del corazón humano y yo, que en lo único en lo que me asemejo a un Lama es en la escasez temporal de pelo, solo puedo meditar para que despertemos y salgamos del pánico tan profundo en el que vivimos.

Feliz presente.
Almudena Migueláñez