Mi Alma y mi ego deben de caminar juntos para que así esta experiencia adquiera verdadero sentido. Mi Alma y mi ego forman una Unidad en la que el ego debería de estar al servicio del Alma. El problema es que, habitualmente, a quien damos autoridad, con quien nos identificamos es con nuestra personalidad. Nos creemos el miedo y todo lo que pensamos. Juzgamos, buscamos, queremos ser diferentes de lo que somos, dudamos, damos valor a lo que no vale nada, atención a la preocupación y al qué pasará mañana. Y al hacerlo, sentimos separación y desasosiego. Es normal, nos hemos identificado con la parte de nosotros que necesita sanar y que no nos puede salvar.
Es el Alma la que se debe de encargar. La que tiene que tomar las riendas de nuestra vida y expandirse y crecer a través de nuestro ego o personalidad. El Alma es la parte de nosotros que no piensa, que es inmortal, que sabe y siente, que es capaz de guiar. Que está disponible siempre. Es la parte de nosotros que refleja las cualidades de la Divinidad. El Alma es la Verdad, es pureza, intuición y presencia. El Alma no busca nada. El Alma ama. El Alma es sabiduría y consciencia.
El ego es ausencia de amor, es falta, vacío, escasez y preocupación. Es miedo de diferentes formas. Es emoción, somatización, cuerpo y mente. El ego es la parte de nosotros que tiene nombre, edad, y pasado. El ego reacciona y es resultado de la dualidad. Nuestro ego no es malo, es necesario, pero hay que saber colocarlo en su lugar. Y esa es la clave de nuestra transformación: poder desvincularnos del ego y, progresivamente, ir identificándonos con el Alma, con el Amor. Al hacerlo, el ego sana y nosotros volvemos a casa, dejamos de buscar, sentimos plenitud, sosiego y mucha paz. Todo empieza a marchar y a llenarse de sentido. Se desvanece la sombra y comenzamos a brillar, por eso, sabernos Alma, nos salva.
La pregunta es: si hasta ahora creímos en el miedo, ¿por qué no comenzar a creer que somos Amor?
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.