Casi toda mi vida sin prestarte atención, sin ni tan siquiera ser consciente de tu existencia. Casi toda mi vida fijándome en lo de ahí fuera, queriendo querer a los otros y anhelando que me quieran. Intentando lograr sueños y alcanzar metas, sin escuchar tus sentimientos y sin preguntarte por lo que, de verdad, necesitas. Casi toda mi vida sin saber nada de la mujer que, cada mañana, delante del espejo, me mira.
Después de años evitándote, teniéndote miedo, juzgándote y queriendo que fueras distinta, hoy, pese a que todavía tengo resistencias, empiezo a sentir que eres mi mejor amiga. Me enseñaron lo importante que era querer al otro, nunca me dijeron que amarme a mí misma era condición necesaria para poder amar al resto. Y amarte no me resulta fácil porque implica no querer cambiarte, aceptarte tal y como eres y reconocer tu luz solo en la medida en la que soy capaz de abrazar tu sombra. Me acostumbré a criticarte y a prestar atención a tus defectos mucho más que a tus virtudes y fortalezas. Crecí creyendo que lo importante era cambiarte para convertirte en alguien más aceptable para los otros. Lo siento, no me di cuenta de que nunca deberías de ser alguien diferente de quien, en realidad, eres.
Ahora soy capaz de darme cuenta del daño que te hice al no reconocer que eres importante y perfecta con todos tus defectos y con tus imperfecciones. Es verdad que todavía hoy me cuesta trabajo responsabilizarme de tus necesidades y de todo lo que sientes. Estoy aprendiendo a pedirte perdón cuando me pongo exigente contigo, cuando desconfío o cuando te cargo con mochilas y responsabilidades que no son tuyas y que nunca lo han sido. Por favor, no quiero que olvides que siempre te tengo presente y que cuando, delante del espejo, tus ojos que son los míos se cruzan, siento paz y cada día que pasa más alegría.
Creo que, quizá, lo más importante que hasta ahora he aprendido es que soy capaz de quererte en los momentos en los que creo que no te quiero. Te doy las gracias por ser como eres, por tu vitalidad y por tu optimismo. También por tu rabia, tu rigidez y por tu "mala leche”. Te doy las gracias por esa fuerza de voluntad que tienes y por lo vulnerable y libre que eres, por tu capacidad para transformar obstáculos en oportunidades, por tus dificultades para recibir, por tus miedos y por tus ansiedades.
Te quiero por ser no quien yo quería que fueses, sino por ser la persona que eres.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.