Mentalizar la vida es peligroso. Intentar entenderlo todo, también. Cuando nos relacionamos con esta experiencia desde la mente que piensa, corremos el riesgo de sentirnos separados y vacíos.
Con la mente creamos miedo, juicio y expectativas, nos alejamos del presente, divagamos, suponemos, y nos autoengañamos creyendo que tenemos el control, que disponemos de poder para dirigir nuestra vida, cuando en realidad nuestro verdadero poder no es otro que el de soltar la mente, ponernos a un lado y permitir que la vida sea como tiene que ser.
Esa mente ruidosa, controladora, esa mente que murmura, que divaga, que cree que sabe, que presupone, que llega a conclusiones, esa mente que habla y habla, que quiere tener el control, debe morir. Y darle muerte es aprender a silenciarla. A mirarla sin regalarle ninguna reacción por nuestra parte, porque cuando dejamos de creernos lo que nos dice y simplemente la observamos, abrimos las puertas para nuestra transformación. Dejamos de intervenir y comenzamos a permitir. Dejamos de controlar y de generar ansiedad y empezamos a sentirnos en paz. Abandonamos lo que será y vivimos en presencia con lo que es.
El silencio de nuestra mente nos permite recuperar la atención en el presente, nos da la posibilidad de soltar y de fluir con la vida. Nos regala claridad, quietud, certeza, dirección, milagros y sabiduría.
Si somos capaces de mirar lo que pensamos, y lo somos, habremos conquistado nuestro corazón y le daremos alas a nuestra energía femenina.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.