Que yo pueda dejar de creer en el miedo. Que pueda no volver a reaccionar ante él.
Que yo tenga suficiente valentía como para mirar lo que siento y afrontarlo sin límites, ni juicios, ni intentos de control. Que pueda sentir todo lo que siento y encontrar así paz y sosiego en mi interior.
Que yo pueda dejar de desear desde el miedo. Que pueda estar abierta y disponible para recibir. Que pueda liberarme del apego y del intento de control.
Que yo pueda desidentificarme de lo que creo. Que pueda dejar de someterme a lo que pienso y tener espacio para escuchar a mi corazón.
Que yo pueda confiar. Que mis heridas no me impidan entregarme y amar.
Que yo pueda apreciar la vida y dejar a un lado los juicios y las quejas. Que encuentre la suficiente fuerza dentro de mí como para dejar de sentirme una víctima y aceptar que soy responsable de mi vida y que todo depende de mí.
Que yo pueda dejar a un lado el ego y con humildad, permitir que mi divinidad lleve las riendas.
Que yo pueda desprenderme de la culpa y aprender a perdonarme. Que sea capaz de regularme, de saber decir “no” y de respetarme.
Que yo pueda tener capacidad para aceptar. Que mi fe sea lo suficientemente grande como para sentir certeza interna aunque con mis ojos no sea capaz de ver.
Que yo pueda vivir sintiendo compasión, sin juzgar a los otros, sin creerme diferente. Que yo pueda respetar sus procesos y sus elecciones. Que yo pueda dejar de someterme a su miedo. Que pueda reconocerme como un ser libre, soberano y completo.
Que yo pueda darme lo que necesito. Que pueda dejar de ponerme trajes, de fingir, de ocultar mi vulnerabilidad, mis lágrimas y mis debilidades. Que yo nunca más me deje para otro momento. Que sea capaz que apostar por mí.
Que yo pueda dar, y que pueda hacerlo sin esperar recibir.
Que yo pueda dejar de verme como un individuo separado. Que pueda aceptar que estamos conectados y que es momento de dejar de mirar solo por mí, de responsabilizarme y de empezar a mirar por todos.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.