Gracias.
Por creer en ti y por tratarte con cariño. Por respetar tus necesidades y atreverte a priorizarlas. Por escuchar tu corazón y silenciar tu mente. Por entender que lo hiciste lo mejor que pudiste. Por perdonarte y por liberarte del pasado. Por seguir sonriendo. Por continuar creyendo.
Por tu capacidad para reponerte. Por no huir de lo que sientes. Por ser vulnerable. Por llorar cuando lo necesitas. Por escuchar tu cuerpo. Por mostrarte aun sabiendo que no tienes garantías. Por darle la bienvenida a todo lo que ocurre en tu vida. Por haber dejado de defenderte. Por no juzgarte ni exigirte. Por disfrutar. Por haber vuelto a jugar. Por declararte inocente.
Por esa capacidad que tienes para ver luz entre tus fantasmas y tus sombras. Por responsabilizarte de tu vida y aceptar que no hay nada fuera. Por ser coherente y generar unidad entre tu corazón, tu acción y tu mente. Por el interés que tienes por conocerte. Por tu generosidad. Por saber recibir. Por no huir de ti. Por ser fiel a ti mismo. Por no renunciar a tu libertad. Por haber aprendido a observar tu mente.
Por no reaccionar. Por haber dejado de preocuparte. Por confiar y por aceptar la muerte. Por no compararte con los demás. Por valorarte. Por tenerte en estima. Por apreciarte. Por darte placer. Por no luchar. Por no resistirte, sabes que persiste. Por entender que la forma más pura de amar se da al no necesitar. Por no esperar nada. Por haberte desprendido de las expectativas. Por dejar que el otro sea tal y como es. Por creer en los milagros y en lo que no ves.
Por tu humor. Por ser capaz de reírte de ti mismo. Por no hacer dramas. Por no ser víctima de nada. Por compartir tus dones y talentos. Por abrazar tu miedo. Por agradecer tu pasado y vivir en el presente. Por honrarte y sentir que mereces.
Gracias.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.