En la pausa del verano he recordado lo importante que es apartarte y ponerte a un lado. Dejar espacio, conectar con la acción pasiva, abrirte de par en par para recibir lo que te debe ser dado. Reconocer todo lo que está pasando, verlo y abrazarlo.
He recordado que observar sin juzgar me proporciona quietud, paz mental y mucha serenidad. El verano que está acabando me ha llevado a entender la sabiduría que se esconde en el no hacer, en el simplemente ser. Observar el mar ilimitado, flotar con la certeza de que puedes cerrar los ojos y descansar porque, aunque no lo veas, la Fuente se está ocupando, de verdad, se está ocupando.
Un verano que me ha obligado a revisarme, a replantearme y a reestructurarme. Un verano que, todavía hoy, me está susurrando: cuida de ti, no lo dejes para más tarde. Mira el cielo, cuenta perseidas, lágrimas de San Lorenzo y con cada una despierta un deseo. Un deseo y un sueño que sientes y ves dentro y que sabes que te será devuelto. Eso me ha traído este verano pausado, el recuerdo de mi poder para materializar mis sueños. Un poder que es esencialmente femenino, que no hace, que no piensa, que no da forma. Un poder que permite, que ve y que siente.
Reconocer que soy más útil y mejor persona cuando me permito hacer lo que me ilusiona. Preguntarme, con toda la sinceridad que puedo, por lo que de verdad me hace feliz y me lleva a sentirme plena, asumiendo la responsabilidad de no renunciar a ello. Todo esto me lo está dando el verano.
Tres eclipses que se han llevado lo que ya no necesito, lo que ya no sirve, lo que ha caducado y una Luna Nueva, la del 9 de septiembre, que la siento como el inicio de un nuevo ciclo, de un nuevo año.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.