Queridas emociones,
Ya he aprendido a distinguiros de los sentimientos. Vosotras sois electricidad pura, una respuesta química. Sois totalmente espontáneas y automáticas. Vuestros amigos los sentimientos se diferencian de vosotras porque ellos evalúan conscientemente las situaciones. A vosotras no os da tiempo a evaluar nada. Se podría decir que sois bastante más primitivas y básicas que los sentimientos. No os enfadéis, no es un insulto.
El hecho de consideraros primitivas no me invita de ninguna manera a reprimiros, podéis estar tranquilas. Antes lo hacía y os diré algo: las cosas no me iban muy bien. Cuanto más os prohibía más ansiedad padecía, más enfermedad y más falta de paz interior.
¿Sois primitivas? sí, ¿y? Sinceramente creo que, en general, os tenemos mucho miedo. Como los adultos somos así, intentamos controlaros y estamos tan engañados que nos hemos autoconvencido de que tenemos capacidad de sobra para lograrlo. Nos creemos superhéroes en controlar emociones. Pensamos que por no mostraros vais a desaparecer. Imagino vuestras carcajadas al leer esto. Desaparecer...
Vosotras no desaparecéis ni cambiáis de forma porque nosotros, dando autoridad al miedo, nos empeñemos en taparos o en controlaros. De hecho, y corregidme si me equivoco, cuando os prohibimos, os volvéis locas, os hacéis más fuertes, más grandes, más incontroladas y resistentes.
A veces, no solo pretendemos ocultaros sino que también queremos entenderos. No nos damos cuenta de que lo que necesitáis es que os dejemos en paz. Sí, eso. Que os dejemos tranquilas. Que os respetemos, que os demos espacio y que nos limitemos a observaros, sin juicio, sin intentar nada, sin racionalizaros, sin mente. Solo necesitáis que creamos un vosotras. En la capacidad tan poderosa que tenéis de enseñarnos, de darnos información y de mostrarnos el camino del reencuentro con nuestro poder personal.
Os voy a explicar lo que sucede. Los adultos juzgamos todo el tiempo, de la mañana a la noche y tenemos nuestro propio criterio sobre lo que es "bueno" y lo que es "malo", sobre lo que es "digno" e "indigno", sobre lo que podemos mostrar y lo que no y, en virtud de esos criterios rancios y limitados, os juzgamos y decidimos qué emociones podemos tener y cuáles no. Lo sé, nos complicamos mucho la vida. A algunas de vosotras os consideramos buenas, dignas, positivas y entonces os dejamos ser. Os entronizamos. A otras, sin embargo, os tachamos de negativas, de horribles. Sois muy feas. Os encerramos en un cuarto oscuro, os intentamos reprimir y ocultar. Toda esa rabia, tristeza, resentimiento, apego, celos, cólera, juzgadas y encerradas. Conociéndoos como os conozco, no me gustaría estar en la piel de quien actúa así con sus propias emociones.
Cuando os intentamos controlar, os hacéis más grandes y resistentes. Cuando os intentamos ocultar, os hacéis más y más visibles. Cuando os intentamos entender, aniquilamos la posibilidad de entenderos. Cuando os juzgamos, estamos reflejando el miedo que tenemos a ser todo lo que somos. Cuando creemos que hay emociones que no sirven, que son negativas, que nos hacen daño demostramos que no conocemos las Leyes Universales. No sabemos que todo está polarizado. Que si no permito mi tristeza, nunca llegaré a tocar con mis manos la alegría.
Queridas emociones, me comprometo a fortalecer mi conexión con vosotras, a llamaros más por teléfono. Me comprometo a escucharos, pero no a algunas. Me comprometo, pese al miedo, a escucharos a todas. Prometo no juzgaros, no escupiros las creencias que me enseñaron sobre vosotras. Prometo respetaros y observaros. Prometo trataros de igual forma que trataría a un niño emocionado.
Gracias por todo lo que me enseñáis y por abrirme el camino para recordar quién soy.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.