Sé que eres capaz. Vístete con el traje de tu niño interior. Imagina.
Imagina que en este momento, aquí, ahora, tienes un Padre que te quiere como nadie jamás te ha querido nunca. Imagina que ese Padre es bondadoso, poderoso, incondicional y que no te juzga ni te juzgará. Esto es muy importante. Tu Padre no es capaz de juzgar, por tanto tampoco te tiene que perdonar. No es que vea tus defectos y se esfuerce en evitarlos, no. Es que no los ve, tiene ceguera de juicio, de miedo y de castigo. Recuerda que estás imaginando.
Ese Padre que ahora está contigo, te quiere así, tal y como tú eres. Te quiere con tus miserias, tus miedos, tus errores y tus carencias. Te diré más. No solo te quiere sino que además te desea todo lo mejor. No un poquito, no una parte, no esto sí y aquello no. No. Te desea todo lo mejor. Te desea lo que tú te deseas desde el corazón. Continúa imaginando, por favor. Total, solo se trata de imaginar. Es domingo, permítetelo.
Imagina qué sentimiento tan inmenso saber que tienes un Padre que te quiere siempre, pase lo que pase, seas quien seas, hagas lo que hagas. Un padre que te puede querer a ti y a todos los demás. Que te da sin límites y que te cuida sin límites. Un Padre que tiene todo lo que le pides siempre, que no tiene que ir a comprarlo, ni esperar para dártelo. No tiene dificultades en el reparto, ni problemas de abastecimiento. Siempre tiene. Es infinitamente abundante. Te lo imaginas, ¿no? Sí, te lo imaginas porque sigues vestido con el traje de tu niño interior.
¿Cómo te sientes? Puedo ver tu cara. Esa sonrisa ilusionada.
Si ahora fueras un niño, no tendrías ninguna dificultad en creer lo que te estoy diciendo, no tendrías que cerrar los ojos ni esforzarte en imaginar. Si ahora fueras un niño, sabrías que no tienes límites, que eres poderoso, sabio y abundante, sabrías que pides y se te da. Pero ha pasado el tiempo. Has ganado en edad, en miedo, en juicio, en duda y desconfianza. Mochilas en tu espalda, dolores en tu corazón.
Por eso insisto en que no dejes de imaginar. Imagina que eres un niño, por favor.
Ya sé que la mente adulta no entiende y que tus creencias niegan tu imaginación, pero no permitamos que el adulto tome el control. Imaginemos, juguemos, bailemos. Pongámonos el traje del niño interior. Recuperemos la esencia de quienes somos, nuestra inocencia y verdadera naturaleza. Nuestra ilimitada capacidad para crear. Nuestro contacto con el Universo, con el Padre que también es la madre que nos parió. Recuperémonos de la fatiga de años de miedo, de escasez, de juicios y desvalorización. Cicatricemos nuestras heridas adultas aplicando la energía que sale de nuestro corazón. Devolvámonos la fe inmensa que teníamos cuando éramos niños y que perdimos cuando dimos autoridad a la lógica y a la razón.
No dejes de imaginar. Imagina que ahora eres un niño, por favor.
Feliz presente,
Almudena Migueláñez.